lunes, 7 de noviembre de 2016

La certeza de las loterías



Jorge Luis Borges ha pasado a la historia, entre muchas otras cosas, por ser un escritor de literatura fantástica. A los críticos literarios les fascina su ambigüedad misteriosa que facilita las relaciones con la filosofía y las reflexiones trascendentales. Esto también sirvió, en algunos casos, para descalificar su trabajo como mera fantasía y lanzarlo al abismo donde meten a Lovecraft y a Tolkien. Pero si releemos sus cuentos desde cierta perspectiva hallaremos la representación de situaciones bastante concretas. 

Me parece difícil revisar «La lotería de Babilonia» sin considerar que Borges hablaba de su existencia inmediata. Cualquiera que haya vivido en Latinoamérica, África o la Arabia profunda hará suyas algunas frases del narrador: «Soy de un país vertiginoso donde la lotería es parte principal de la realidad». Sin lugar a dudas, otras líneas nos proyectan a las revisiones de la metafísica más abstracta: «He conocido lo que ignoran los griegos: la incertidumbre». Pero quien haya transitado un barrio pobre de Bagdad, Ciudad de México o Medellín, sabrá que sus costumbres están saturadas por el azar; la bala puede estar a la vuelta de la esquina. En Caracas, a los autobuses les llaman guillotinas; no sabes cuándo caerá la cuchilla: un día te montas y llegas en cinco minutos a tu casa; otro, hay tráfico, tardas un par de horas; si la suerte es adversa, asaltarán a los pasajeros.

La clasificación de las personas en grupos con poderes sobre los demás, que se refiere al inicio del relato, es familiar en los ignotos parajes del trópico. No estoy hablando de los sicarios o las maras; ¿alguna vez han tenido una prima que salga con un narco? Eso puede ser motivo de dicha y terror al mismo tiempo. En República Dominicana, a un tiro en la cabeza de una mujer hermosa le llaman divorcio a la policía. Otras afirmaciones son menos metafóricas: «el escribano que redacta un contrato no deja casi nunca de introducir un dato erróneo» y, en Venezuela, explicaciones con respecto a esa línea sobran. Intenten poner en orden su documentación oficial en el tercer mundo.



No quiero decir que Borges sea un escritor realista, así perdería todo el chiste, ¿no? Pero el modo como lo leas cambia la interpretación que hagas de sus cuentos. Tampoco quiero condenarlo a la estática y directa alegoría porque estaría signado al aburrimiento o la religión, que muchas veces son la misma cosa. Parafraseándolo podríamos decir que está haciendo un resumen simbólico de Argentina, o cualquier nación del Caribe. ¿Cuántos gobiernos o bandas criminales no se mueven de forma «secreta, gratuita y general», como la lotería? Cuántas veces no hemos sabido que nuestra condición migratoria o nuestra identidad nacional están sujetas a la arbitrariedad de la casualidad. Pero no por la incertidumbre sino porque hay una Compañía detrás de las fachadas, tejiendo y destejiendo decisiones inapelables.

Esto condiciona la actitud de los pobladores que adquieren un extraño orgullo por supeditarse a las hostiles decisiones de la Compañía. Por el contrario, quien se queje o no acepte con entereza ese sino ridículo es «considerado un pusilánime, un apocado». En Venezuela hay una tradición literaria en torno a ese sentimiento, que es como usar la llave de la estética para cerrar el candado de la cárcel. Para más señas, a uno de sus exponentes más significativos lo nombraron alto funcionario comunicacional del gobierno. La Compañía haciendo de las suyas, supongo.

Muchos equiparan las indagaciones borgianas con los símbolos del laberinto y las profundidades de la filosofía más densa. Pero en ciertos lugares es fácil comprender que la urbe es una edificación de confusiones controlada por una Compañía secreta. Otros tratan de leer en la lotería de Babilonia a Dios o a las diferentes posturas que existen ante la realidad. También podríamos ver todo como un tramado muy complejo de orígenes desconocidos. Es evidente que la vida puede ser «un infinito juego de azares», pero la certeza de que tiene su origen en una maquinaria milenaria, hereditaria y tradicional es una inquietud cotidiana, no una metáfora.

Por supuesto, descifrar el funcionamiento, correr el velo que esconde a la bestia, contraría las costumbres de Babilonia:


El babilonio no es especulativo. Acata los dictámenes del azar, les entrega su vida, su esperanza, su terror pánico, pero no se le ocurre investigar sus leyes laberínticas, ni las esferas giratorias que lo revelan.